Una investigación de Luis Miguel Sánchez Tostado conduce a un descubrimiento sorprendente: su madre no era hija única y tenía una hermana desconocida. Tras numerosas pesquisas consiguió que las hermanas se conocieran por vez primera tras 63 años de ausencia.
Por Luis Miguel Sánchez Tostado
Una de las experiencias que más me impactaron fue descubrir que mi madre no era hija única, tuvo una hermana de la que nunca conoció su existencia hasta que le informé de mi descubrimiento.
Durante años ayudé a muchas personas que contactaban conmigo a localizar documentación sobre sus ancestros desaparecidos o fusilados en Jaén durante la guerra civil y les acompañaba al lugar donde fueron inhumados. En 2004 me hallaba consultando las actas de defunción del registro civil de Jaén para la elaboración del censo de víctimas que más tarde incluiría en mi obra “La guerra civil en Jaén”. El encargado del registro, en base a la autorización que me fue expedida por la Dirección General de los Registros y del Notariado, me permitió que yo mismo fuese tomando los tomos para consultar las actas. Al coger el correspondiente a 1939 recordé que fue el año en que nació mi madre. Manudo año para nacer, pensé.
Mi abuela Ana –Mamana como le llamábamos- fue una de las personas más buenas y entrañables que he conocido. Sacó a su hija adelante completamente sola en tiempos de gran necesidad. Recogía aceituna y trabajó hasta que se jubiló como criada en la casa de un Registrador de la Propiedad. En vida, siempre evitó hablar del abuelo. A penas unas frases tímidas para referir, ante nuestra insistencia, que fue guardia de asalto durante la República y que tuvo que huir de Jaén cuando acabó la guerra muriendo al poco. Esa fue la razón de que mi madre nunca conociera a su padre. En 13 de abril de 2002 Mamana falleció llevándose a la tumba más información de la que en vida refirió. El silencio de los difuntos no es mayor que el que, en vida, ejercían los supervivientes de aquella terrible guerra, más aún durante la dictadura, si pertenecías al bando perdedor. Experiencias marcadas a fuego y temores que sólo pueden entenderse por la longevidad de la represión y el hábito del silencio como técnica de supervivencia. Aquel día, como digo, abstraído en aquellos pensamientos, abandoné los libros de defunción y busqué el acta de nacimiento de mi madre. Josefa Tostado Cano, nacida el 10 de enero de 1939, hija de Víctor Tostado Arias y Ana Cano Fernández. Fue inscrita por su padre cuya firma quedó estampada en la parte inferior del acta. En ese documento se hacía constar que el abuelo Víctor era natural de Almoharín un pequeño municipio próximo a la sierra de Montachez (Cáceres). Sentí la necesidad de conocer más a cerca de mi abuelo. Durante varios días indagué en varios municipios extremeños. Con la ayuda de varios funcionarios municipales, consulté el censo municipal y el listín telefónico de Almoharín intentado localizar algún vecino apellidado Tostado. Tras no pocas gestiones supe que la familia de mi abuelo se estableció, años antes de la guerra, en el municipio de Arroyomolinos de Montánchez (Cáceres) y allí centré mi investigación. Me puse al habla con Antonio Cano Fernández, único hermano superviviente de mi abuela que residía en Francia desde los años sesenta: – “Yo conocí a tu abuelo –me dijo por teléfono con su voz quebrada- Pertenecía al 76 Compañía, 19 Grupo de Asalto y estuvo destacado en Jaén, Villargordo y Baza.
Tuvo que huir, como mucha gente, cuando los fascistas entraron en Jaén. Al acabar la guerra tu abuela me pidió que escribiera una carta al cura de Arroyomolinos de Montánchez para saber de él. Al cabo de un tiempo nos dijo que había muerto. No supimos más.”
Desconocía la fecha exacta de su óbito por lo que tuve que realizar un rastreo por todas las actas de defunción del registro civil de Arroyomolinos desde 1939 hasta que, al fin, la encontré. Su lectura me dejó perplejo. Según el registro civil Víctor Tostado Arias falleció el 17 de noviembre de 1947 a consecuencia de un cáncer de garganta. Según el acta, estaba casado con Agustina Cañamero Jiménez con la que tuvo una hija llamada Felisa. Ni una referencia a su anterior hija legalmente inscrita en Jaén unos años antes. Había descubierto que mi madre tuvo una hermana llamada Felisa Tostado Cañamero y jamás lo supo. No quise dar la noticia a mi madre hasta indagar más. Necesitaba averiguar si Felisa vivía o había fallecido. Localicé su acta de nacimiento, Felisa nació el 25 de agosto de 1942, era, por tanto, dos años y siete meses menor que mi madre. De vivir, debía tener 63 años. Inmediatamente inicié su búsqueda. A partir de ese momento me centré en localizar a Felisa que, de estar viva tendría 63 años.
Pregunté a varios ancianos del pueblo, pero nada sabían. Había transcurrido demasiado tiempo. En el censo municipal de Arroyomolinos de Montánchez localicé a una persona con los mismos apellidos de Felisa: Adrián Tostado Cañamero. Las últimas noticias lo hacían en Madrid. Conseguí su número de teléfono y lo llamé. Era un anciano encantador que rompió a llorar cuando hurgué en sus recuerdos. Me dijo que Felisa era su prima hermana, se habían separaron hacía más de cuarenta años y nunca supo de ella porque se marcharon del pueblo. Fue Adrián quien me informó de las penalidades sufridas por la familia Tostado, perseguidos y represaliados durante la dictadura franquista por combatir en el bando republicano.
En pocos días la información se me acumulaba y no alcanzaba a comprender cómo en sesenta y tres años nadie se molestó en conocer más. Juan Francisco Tostado Bautista (mi bisabuelo) se casó en Almoharín con Simona Arias Fernández con la que tuvo diez hijos: Vicente, Julián, Víctor, Luisa, Aquilino, Valeriano, Rosalía, Manuela, Dionisia y Francisca. Vicente fue asesinado por un grupo de falangistas a las afueras del pueblo. Julián, padre de Adrián, fusilado en un pueblo de Badajoz. Aquilino, encarcelado durante muchos años y Valeriano huyó al exilio. Víctor (mi abuelo) se libró de aquella persecución porque durante los primeros meses de dictadura estuvo escondido y cuando se presentó no hubo cargos contra él porque estuvo ausente de Cáceres durante toda la guerra.
Al fin, un vecino de Arroyomolinos llamado Honorio me confirmó que Felisa residía en Granollers (Barcelona) y que tuvo cuatro hijos. Incluso me facilitó el teléfono de una de sus hijas llamada Marta. El paso siguiente fue lo más difícil ¿Cómo comunicar a esa familia y a mi propia madre una noticia tan insólita e inesperada? ¿Cómo se lo tomarían? Recuerdo la tarde que marqué el teléfono de Marta y cómo el pulso se me aceleró hasta casi bloquearme.
– ¿Digui? – contestó en catalán.
– Buenas tardes… ¿es usted hija de Felisa?
– Sí.
– ¿Su madre vive? –pregunté con voz trémula.
– Pues sí ¿Quién es usted?
– Verá…. su abuelo…. estaba investigando…. es que su abuelo también es el mío y…. bueno…. En la guerra estuvo en Jaén… ¿su madre vive en Granollers?… Mi abuela se llamaba Ana…. ufff… usted y yo somos primos…
– ¿Cómo dice? Perdone, me he perdido completamente.
– Disculpe, es que estoy muy nervioso. Empezaré por el principio –dije tras una honda inspiración.
Conté a Marta mi descubrimiento y no salía de su asombro. Ese mismo día corrió a contarlo a sus hermanos Marifé, Andrés y José Luis Donoso Tostado, los cuales se reunieron con Felisa para darles la noticia de la mejor manera que supieron. A media tarde sonó mi teléfono. Era Marta.
– Luis Miguel, te paso a mi madre.
Aquel segundo fue el más largo del mundo. El corazón me latía de tal forma que parecía querer zafarse de mi pecho para huir ante aquella comprometida situación. Por fin escuché la voz de la persona que andaba buscando con tanto ahínco: la hermana desconocida de mi madre. Los dos rompimos a llorar e iniciamos una atropellada conversación en la que todo eran preguntas y respuestas. Le dije que no llamara a mi madre hasta el día siguiente, necesitaba tiempo para prepararla. Demasiadas emociones en tan poco tiempo.
Cuando conté a mi madre que tenía una hermana y que había hablado con ella, no daba crédito. Reía y lloraba en una mezcla inefable de sentimientos encontrados. No es fácil ubicar en tu vida a una hermana que nunca existió e incorporar de golpe a personas completamente desconocidas. Pese a todo, el deseo de conocerse, de saber la una de la otra, de recuperar el tiempo pasado, se impuso a la ansiedad de un descubrimiento tan importante como tardío. Se habían perdido la infancia, la adolescencia, la juventud, los cumpleaños, sus propias bodas, el nacimiento de sus hijos, los buenos momentos y los menos buenos, esos que sólo se comparten entre las personas más allegadas. Tiempos que merecían haber compartido como hermanas, pero el destino, caprichoso a veces, quiso que crecieran desterradas una de la otra nada menos que 63 años. Toda una vida.
Finalmente. las hermanas hablaron por teléfono, lloraron y prometieron verse muy pronto. Y así fue. El 11 de enero de 2005 Felisa Tostado, junto a su esposo Andrés Donoso y sus hijos Marifé y Andrés, viajaron a Jaén y en la estación de Espeluy las dos hermanas se abrazaron por primera vez. Aquel encuentro, que duró varios días, sirvió para certificar la calidad humana de esta familia extremeño-catalana y para unir unos lazos que nunca debieron soltarse. En Marzo tocó el turno a Marta y a su esposo Emilio. Todos ellos, y nosotros, entre comilonas y bailes, celebramos la fortuna de habernos encontrado.
Las hermanas Tostado, pese a la distancia, estaban dispuestas, no a recuperar el tiempo perdido, porque eso es imposible, pero sí a sentir en lo sucesivo el calor, la complicidad y el cariño de la hermana que siempre desearon tener. El brillo de sus ojos cuando hablaban delataba que así sería. Y así fue durante quince años, hasta que el 23 de marzo de 2020 lamentablemente falleció Felisa y mi madre volvió a quedar definitivamente huérfana.
En España hubo cientos de familias rotas por la guerra civil, muchos hermanos y primos nunca llegaron a conocerse, huérfanos, expósitos o niños de la guerra que crecieron ajenos a su propia realidad. Familias exiliadas, padres movilizados, ejecutados, desterrados, mujeres preñadas y destinos inciertos. El ejemplo de las hermanas Tostado nos enseña que es preciso indagar sobre nuestros antepasados desaparecidos en la guerra o en la dictadura inmediata. En esta ocasión, el destino, cruel a veces, les regaló un guiño de quince años.