MI PUNTO DE VISTA
Imaginemos que Jesús fue un profeta apocalíptico que predicó a un pequeño grupo de seguidores en Galilea y que no nació en Belén en el año 0 de nuestra era, sino en la aldea de Nazaret varios años antes (6 o 7 a. C.). Imaginemos que tampoco nació en diciembre, sino en marzo o abril. Pongamos que era pobre y nunca fue adorado por reyes ni magos. Sus padres biológicos fueron José y María, los cuales tuvieron, al menos, seis hijos más sin que la madre fuese virgen en cada parto. Pongamos que Jesús era bajito de talla, de piel oscura, nariz aguileña, ojos castaños y cabello negro, que posiblemente se casó y tuvo un hijo. Imaginemos que, tras su actividad político-religiosa, fue detenido y condenado a muerte por sedición, siendo crucificado junto a varios de sus hombres, muriendo, no a los 33 años, sino próximo a los 42, casi un anciano por entonces. Imaginemos por último que fue enterrado en la fosa común de los bandoleros y sediciosos y nunca se recuperó su cuerpo.
Pues bien, este sería, resumido, el perfil más próximo al Jesús histórico en base a las conclusiones de historiadores, exégetas, paleógrafos y científicos en los estudios que, sobre su figura y sobre los textos evangélicos, se han realizado en los dos últimos siglos. En ellos se han tenido en cuenta los errores bíblicos y las costumbres de la época, incluyendo estudios científicos sobre los palestinos del siglo I para aproximarse a su aspecto físico. Podría añadirse que nunca resucitó y que adoleció de los poderes sobrenaturales que le atribuyeron décadas después de su muerte personas que nunca lo conocieron, pero esto ya pertenece al imperio de la fe que cada cual profese.
Pese a su abordaje crítico, esta obra no trata en ningún caso de cuestionar la fe cristiana, sino de exponer enigmas, contradicciones, errores, curiosidades y aspectos insólitos del Antiguo y del Nuevo Testamento (en adelante AT y NT) y de la figura histórica, fascinante donde las haya, de Jesús de Nazaret.
Hasta hace poco tiempo, publicar discrepancias sobre los dogmas católicos suponía el señalamiento como blasfemo o hereje. Solo a religiosos y a teólogos se los consideraba capacitados para opinar, pues los seglares, alegaban, carecían de la formación diocesana para deponer sobre tan elevados misterios. Aún hoy, hay quienes consideran que, si no eres titulado en Estudios Bíblicos, no estás capacitado para opinar con criterio.
Para reflexionar sobre las Sagradas Escrituras o la historia del cristianismo no hay que ser teólogo, basta con hacerse preguntas, documentarse, leer el ‘libro de libros’, conocer la diversidad teórica de los eruditos y sacar conclusiones. Y esas conclusiones pueden ser tan válidas como otras, incluso menos condicionadas si cabe, pues proceden de la autonomía que proporciona no pertenecer a ninguna confesión religiosa. ¿Acaso es más objetivo el apologista formado en seminarios diocesanos bajo el paraguas doctrinal de la Iglesia?
Cuando dejamos a un lado la ciencia y la historiografía para adentrarnos en el universo teológico del fideísmo (creer sin ver), con el consiguiente menoscabo de la lógica y las leyes de la naturaleza, se abre un cajón de sastre en el que todo vale. Desde esta perspectiva, rebatir doctrinas religiosas sobre hechos inverosímiles y personajes míticos de los que no existen pruebas históricas, arqueológicas ni documentales ajenas a las fuentes bíblicas, es una batalla inútil. En materia de fe, se cree o no se cree. No hay más. El problema es que el cristianismo nos ha inculcado la figura de Jesús de Nazaret no solo como un personaje religioso sino también histórico, que llevó a cabo todos los prodigios que de él escribieron Pablo y los evangelistas, pese a que ninguno de ellos llegó a conocerlo.
Salvo la breve y sospechosa referencia a Jesús en el testimonio flaviano de finales del siglo I, puesto en duda por la crítica, no existen documentos extra bíblicos fiables y los pocos que hay (Tácito, Seutonio, Plinio el Joven o Mara Bar Serapion) responden, bien a añadidos cristianos posteriores o a personajes que poco o nada tienen que ver con Jesús de Nazaret. Abordaremos estas cuestiones en el capítulo correspondiente.
Fuera de esto, ningún historiador, cronista o filósofo griego, romano o alejandrino de la época de Jesús lo menciona, simplemente porque nunca oyeron hablar de él hasta las soflamas de Pablo o los primeros evangelios, hecho que contrasta con la enorme popularidad y los baños de masas que refiere la literatura bíblica. Recordemos, por ejemplo, la entrada triunfal en Jerusalén, con las multitudes alrededor de Jesús, o cuando desciende del monte de los Olivos: «las multitudes pusieron sus ropas en el suelo para darle la bienvenida y toda la ciudad se conmovió» (Mt 21, 6-11). Esto demuestra que Jesús, fuera de la narrativa cristiana, de existir como personaje histórico, fue un completo desconocido en su tiempo, un rabino marginal en una provincia marginal a quien, décadas después de su muerte, seguidores que no le conocieron lo convirtieron en el mesías anunciado en el AT, le adjudicaron una biografía excepcional, una apoteósica ascendencia y unos poderes sobrenaturales por ser el ‘Hijo de Dios’.
Después de dos milenios, no es fácil escudriñar al personaje histórico entre tanta leyenda, menos aún sin fuentes documentales laicas ni evidencias arqueológicas de su vida. Sin embargo, son mayoría los historiadores que reconocen la existencia de un sustrato real sobre el que se construyó la leyenda. Pese a los ríos de tinta vertidos sobre Jesús de Nazaret, pese a las más de diez mil biografías sobre el personaje, la información histórica que se tiene de él, si es que verdaderamente existió, cabe en una línea y media: que era un modesto líder de una tribu judía en Galilea y que fue detenido y ejecutado por sedición contra el Imperio romano. Fin. Todo lo demás pertenece a la literatura religiosa escrita por autores anónimos posteriores.
¿Qué motivos llevaron a Pablo a crear una nueva religión desgajada del judaísmo, desplazar al dios implacable del AT y centrarse en la cara amable, mansa y apolítica de un hombre al que jamás conoció? Para los expertos, Pablo da cuerpo al mito y Marcos lo sitúa en la historia. A partir de ahí, e inspirados en los anteriores y en la Fuente Q, un misterioso documento que se presume y cuyo contenido se desconoce, aparecen nuevos evangelios que alimentaron la leyenda. El mito fue creciendo como una bola de nieve, situación que se vio facilitada por el afán de liberación judía y el determinante espaldarazo del Imperio romano que terminó convirtiendo al cristianismo en la religión oficial de Roma, lo que facilitó su vertiginosa expansión en occidente. En siglos posteriores, en los procesos de copia manual de papiros y pergaminos, se fueron eliminando y modificando los textos ajustándolos a los intereses de la curia eclesial.
En la presente obra ni afirmo ni desmiento la existencia de Dios, ni siquiera pongo en duda a Jesús de Nazaret; de hecho, coincido con la inmensa mayoría de los historiadores convencidos de que el Jesús histórico existió, pero muy diferente al personaje divinizado de los evangelios. Tampoco rebato el valor ético de los edificantes pasajes bíblicos con sus dichos y parábolas que han ayudado a millones de personas a encontrarse a sí mismas a través del amor, la humildad, la tolerancia, la justicia, la lealtad o la solidaridad. Feligreses que encuentran consuelo en la esperanza cristiana de la resurrección, de alcanzar el paraíso junto al Padre Eterno más allá de la vida. Allá cada cual con sus creencias, respetables todas.
Mi posición escéptica queda simbólicamente representada en La incredulidad de santo Tomás, oportuna obra de Caravaggio que preside la portada de la presente obra. El conocido episodio del evangelio de Juan, ha sido utilizado por los teólogos como estímulo bíblico para reforzar las creencias cristianas y, en su último versículo, pone en boca de Jesús la superioridad de los que creen sin ver: “bienaventurados los que no vieron y creyeron”. Fideísmo presentado por la Iglesia como paradigma en otros prodigios como apariciones marianas, peregrinaciones o reliquias. Sin embargo, es precisamente en la duda de Tomás, en su incredulidad sobre la resurrección de Cristo, donde reside el cuestionamiento que conduce hacia la verificación constatable de los hechos. Algo de lo que se adolece a la hora de enfrentarnos con rigor a la búsqueda de pruebas sobre la existencia del personaje histórico.
Desde ese escepticismo, abordaré apasionantes y controvertidos aspectos del cristianismo e intentaré afrontar, entre otras, las siguientes cuestiones: ¿Por qué hicieron desaparecer del panteón judío a la diosa Asherah, la esposa de Dios? ¿Por qué hay tantas contradicciones e incongruencias en la Biblia si es un libro revelado? ¿Se manipularon los textos bíblicos? ¿Es un plagio de antiguos textos sobre ritos profanos? ¿Por qué la Biblia no es Patrimonio de la Humanidad y continúa siendo un negocio millonario con copyright del que se benefician unos pocos? ¿Fue el padre de Jesús un soldado romano? ¿Por qué se celebra la Natividad en diciembre si Jesús nació en primavera? ¿Quién inventó el mito de los Reyes Magos? ¿Qué fenómeno celeste vieron en el firmamento? ¿Por qué no sabemos nada de la adolescencia y la juventud de Cristo? ¿Tuvo Jesús un hermano gemelo? ¿Se casó Jesús de Nazaret? ¿Tuvo descendencia? ¿Por qué falsearon la biografía de María Magdalena convirtiéndola en prostituta? ¿Construyó la Iglesia primitiva un mesías a medida de las profecías mesiánicas? ¿Fue un invento de Pablo de Tarso? ¿Qué lleva a la Iglesia a rechazar los evangelios apócrifos? ¿Por qué se culpó a los judíos de la muerte de Jesús? ¿Robaron su cadáver para simular su resurrección? ¿Qué misterio encierra Barrabás? ¿Son auténticas las tumbas de Talpiot?
Adelanto mis disculpas a los lectores que pudieran sentirse incómodos con alguna de mis opiniones vertidas en la presente obra, aun cuando han sido expuestas con el debido respeto a un personaje apasionante, Jesús de Nazaret. No entra en mi empeño la ofensa, sino el revisionismo crítico de lo que, a mi criterio, se ha venido haciendo con su memoria.
Luis Miguel Sánchez Tostado
CARACTERÍSTICAS DE LA OBRA: Ensayo. 320 páginas, 53 ilustraciones, editado por Almuzara. PVP: 21´95 €.
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